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Cuidar de un hijo debería ser un derecho para los padres y para el bebé.
Las mujeres nos quedamos embarazadas. Las mujeres vivimos el embarazo. Las mujeres parimos. Las mujeres amamantamos. Las mujeres criamos.
Quizá sea necesario recordar algo tan obvio tras leer declaraciones como las que hace unos días hacía la candidata del PP al a Comunidad de Madrid, en la que defendía una maternidad alejada del cuidado de los hijos. Parece que no hay suficiente con que el acceso al mercado laboral de las mujeres esté marcado por una clara desigualdad. Ahora se pretende que las mujeres se incorporen o reintegren al trabajo casi recién paridas.
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Las ocho semanas de permiso por paternidad ¿Y qué pasa con mamá?
El permiso de paternidad es ahora de ocho semanas. El pasado 1 de abril entró en vigor este aumento que reconoce a los papás su derecho a colaborar en la crianza de los hijos durante todo ese tiempo. La medida implica que en los últimos años este permiso se ha ampliado en más de un 300%. El de maternidad, por su parte, sigue siendo de dieciséis semanas.
Es una buena noticia para los padres. Ahora podrán corresponsabilizarse de la crianza y encargarse de las tareas del hogar y de los demás trámites que surgen en el día a día. Y digo esto porque, a pesar de que los papás son, por supuesto, perfectamente capaces de cuidar de sus bebés, es mamá la que acaba de parir. Haber pasado por un parto, natural o mediante cesárea, la ha dejado agotada y dolorida. Las heridas físicas son evidentes y visibles, pero puede que también las haya emocionales. Ha vivido durante meses con un ser humano creciendo dentro de ella, formando parte literal de su cuerpo. Esto supone que ella ya conoce al bebé desde mucho antes que el padre, porque lo ha notado y sentido, porque ha salido de ella. Y ahora debe adaptarse a la nueva situación sintiéndose posiblemente un tanto desbordada.
Puede que haya decidido no dar el pecho, o puede que sí. Si es así solo ella es la que tiene la posibilidad de alimentar al bebé y la exigencia en cuanto a horarios, falta de sueño y rendimiento físico es si cabe mayor. Puede que su deseo de darlo todo y de cuidar lo mejor posible de su bebé le impida ver que necesita descansar. Por eso, una de las mejores cosas que pueden hacer los papás es encargarse de todas las cosas que sí pueden hacer del mismo modo que mamá, que son muchas.
La ampliación del permiso de paternidad es una gran noticia para las familias. Las mujeres no tienen que quedarse al cargo de todo a los pocos días de haber dado a luz, y eso es muy bueno. Sin embargo, esto no debe hacernos olvidar que el permiso de maternidad se encuentra inalterable desde hace treinta años y que estamos a la cola de Europa en este aspecto.
Se plantea como objetivo la igualdad en los permisos bajo el pretexto de evitar discriminaciones laborales para las mujeres. El objetivo es que el permiso de paternidad se amplíe a doce semanas en 2020 y a dieciséis en 2021. Olvida no obstante esta medida que las mujeres no sufren discriminación exclusivamente por el hecho de ser madres, sino que va mucho más allá de esta posible condición.
Lo que sí es un hecho es que la lactancia materna exclusiva es el alimento recomendado durante, al menos, los seis primeros meses de vida por las principales asociaciones mundiales. Entre otras, la Asociación Americana de Pediatría, UNICEF y la OMS invitan a utilizarla de este modo. Sin embargo, un alto porcentaje de mujeres que decide amamantar se ve en la obligación de dejar de hacerlo en exclusiva o hacerlo de forma diferida porque el permiso de maternidad no cubre ni tan siquiera este período de seis meses. Amamantar o no hacerlo debe ser siempre una opción para la mujer, y cualquier decisión merece el mismo respeto. Pero quienes quieran hacerlo, deben tener la seguridad y tranquilidad de poder hacerlo.
Por último, se ha otorgado al tiempo de permiso de paternidad un carácter intransferible, al igual que lo es el de maternidad. Todo ello bajo el pretexto de la no discriminación de la mujer. Pero esto no esconde el hecho de la escasez del permiso que reciben ellas.
Cuando se amplíen ambos lo suficiente como para merecer consideración de ser garantes de las necesidades mínimas del bebé y la familia podremos empezar a hablar de conciliación.
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Niños: personas.
La etapa infantil es un período de la vida maravilloso, en el que todo es nuevo y sorprendente, en el que todo nos ilusiona e impresiona. Pero también es una época que se olvida con facilidad conforme vamos creciendo. Aunque todos conservamos recuerdos de nuestros primeros años de vida, éstos parecen ser más un recuerdo genérico, una sensación, que una verdadera apreciación de su significado e importancia.
Tal vez por esto, en cuanto nos hacemos mayores parecemos tener la percepción de que los niños son una especie de pre-personitas que solo son valiosas en cuanto a lo que serán en el futuro. Qué listo vas a ser, este niño se va a convertir en futbolista, esta niña va para bailarina (sí, los estereotipos siguen ahí, desgraciadamente), son algunas de las expresiones que utilizamos comúnmente para referirnos a lo que los niños serán; olvidándonos en demasiadas ocasiones de lo que son.
Los niños no son nada en potencia. Los niños son personas completas y como tales se desarrollarán, cambiarán y evolucionarán con los años sin que eso desmerezca lo que son ahora, en este instante. La diferencia entre un niño y un adulto es el tiempo que ha permanecido en el mundo y la visión que, por tanto, tiene de él. Los niños simplemente tienen una percepción distinta de ese nuevo universo en el que acaban de caer sin saber cómo ni por qué. Y esa novedad, esa (breve) falta de influencia de los demás, de lo externo, hace que lo miren con fascinación.
Pensar en el futuro es algo innato al ser humano, a nuestra concepción lineal del tiempo. Por ello, que hagamos planes para la vida de esos diminutos seres a los que queremos tanto es algo natural. La parte negativa es que nosotros, conocedores ya de la parte dolorosa, dejamos de mirar con asombro lo asombroso, de admirarnos con lo rutinario del día a día. Quizá, y sólo quizá, porque los adultos nos volvemos más descreídos y cínicos de lo que queremos admitir, tenemos que recordar que hay mucho de lo que aprender en la concepción del mundo de un niño.
Así que sí, los niños son el futuro pero también son el presente. Y en el presente tienen derechos, al igual que los adultos. Los adultos hemos acomodado el mundo a nuestras necesidades y luego queremos que los niños se adapten a él: a nuestros horarios, a nuestro trabajo, a nuestras horas de sueño y comidas, a nuestra vida social… Y sí, la vida adulta con sus responsabilidades y compromisos es complicada, a veces frustrantemente complicada y a veces innecesariamente complicada. Los niños nacen bajo las expectativas de todo lo que van a ser, crecen bajo el yugo de todo lo que el otro es y ellos no, para vivir luego bajo la decepción de todo aquello en lo que no han logrado convertirse.
Es cierto que no somos magos, no tenemos poderes mágicos, aunque a veces lo parezca por todas las cosas que hacemos en el día a día. Ni educadores, ni padres, ni amigos, podemos obviar las obligaciones y vicisitudes de la rutina diaria y dedicar todo el tiempo que quisiéramos a cada uno de los niños que están en nuestras vidas de una u otra forma. Pero podemos tomar consciencia de la importancia que tienen las pequeñas cosas en sus vidas y tomar eso como algo positivo que imitar de vez en cuando, en lugar de tratar de cambiarlo.
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¿Con papá o con mamá? Un acercamiento a la mediación familiar.
Divorcios, separaciones, disoluciones de regímenes económicos matrimoniales, adopción de medidas paterno-filiales… Las formas que toman las medidas jurídicas a adoptar cuando la ruptura de una pareja tiene lugar son diversas. Lo que siempre acontece, en cualquiera de los casos, es el desgaste emocional derivado de pasar por un proceso ya agotador de por si, en el que se desmenuzan los pormenores de tu vida sentimental traduciéndolos en términos de cifras de toda clase. Por todo ello vamos a realizar hoy una pequeña introducción a la mediación familiar.
¿Qué es eso de la mediación familiar? La mediación es un método de gestión pacífica de conflictos basado en la colaboración de las partes. Así, en el ámbito familiar al que nos referimos, sería un proceso mediante el cual, al igual que en un procedimiento judicial, se van a debatir los términos de la separación, o divorcio, o cualesquiera situaciones que hayan dado lugar a la necesidad de la mediación. Sin embargo, hay muchas diferencias que hacen de la mediación un proceso muy ventajoso.
En primer lugar, las partes son aquí las protagonistas y por tanto ellas deciden. Ningún tercero va a imponer una solución cuando se está siguiendo una mediación, sino que predomina la comunicación y el respeto. Con ello se evitan muchos problemas que tienen lugar tras las sentencias judiciales, donde una de las partes se siente habitualmente la perdedora del proceso. Nada mejor para respetar un acuerdo que haberlo decidido tú mismo.
La mediación es además un proceso más rápido y económico. Al ser las partes quienes, junto al mediador, tienen la gestión del proceso, no hay señalamientos ni plazos para recursos o vistas. Por norma general, se suelen realizar sesiones semanales y a medida que se avanza se llega a acuerdos parciales. El mediador es un profesional titulado cuyo papel principal es el de facilitar la comunicación entre las partes y con ello la toma de decisiones basadas en acuerdos. A través de diferentes técnicas, trabajando la empatía y la escucha activa ayuda a que la mediación se desarrolle.
Finalmente la mediación es completamente voluntaria. Este es el pilar fundamental de la misma. Es voluntario iniciarla, así como continuarla y finalizarla. Y todo el proceso está protegido por la confidencialidad, tanto del mediador como de las partes, que no pueden revelar ni aprovecharse de lo tratado en ninguna de las sesiones. Sólo así se consigue que exista confianza en el proceso y que tenga éxito.
En los años que he trabajado como mediadora he aprendido que incluso los conflictos más arduos tienen la posibilidad de solucionarse de forma pacífica. Cuando los niños forman parte del conflicto, porque están en medio del mismo, hay que plantearse muy seriamente si lo que nos importa es llevar la razón, hacer daño al otro o llegar a un acuerdo y solucionar el conflicto de la forma menos costosa posible. Incluso cuando no se llega a acuerdos totales la mediación ayuda a suavizar el conflicto y prepara a las partes a gestionar sus problemas de forma comunicativa, devolviéndoles el control sobre todo lo que se decida en sus vidas.
Porque seamos sinceros; ser adulto no nos da, desgraciadamente, la sabiduría infinita de la que nuestros padres parecían estar imbuidos cuando éramos niños. No somos más que personas que han llegado a cierta edad y que sin saber muy bien cómo nos encontramos con que tenemos que comportarnos como si supiéramos qué hacer cuando, en muchas ocasiones, nos sentimos como si no supiéramos nada. Cuando algo tremendamente duro y doloroso, como sin duda lo es siempre una ruptura familiar, sucede, sentirnos perdidos y enfadados es lo normal. Pero no podemos olvidar que los niños son plenamente inocentes y ajenos al problema y que, después de todo, somos nosotros quienes hemos decidido que vengan a este mundo. Actuar teniendo como referente su bienestar debería ser siempre el modo de actuar.