Enseñar aprendiendo

Decir «no».

Muchos padres y madres lo reconocen: se pasan el día con el «no» en la boca. Y es que, dicen, no hay manera de que haga caso, no para de hacer trastadas, o solo quiere hacer cosas que no puede hacer. Lógico. Más que nada porque lo que no pueden hacer suele ser lo más divertido. 

Pero para evitar que los peques hagan de las suyas ya estamos nosotros, los adultos, que, sin pensarlo y como un impulso irrefrenable soltamos: «¡NO!».

Los propios niños y niñas suelen aprender mucho antes a decir que no que a decir que sí. Lógico también. Principalmente porque lo que nosotros queremos que hagan no suele ser lo que a ellos y ellas les apetece.

Entonces, vayamos al grano. ¿Es malo decir «no» a los niños? Pues (para no dejar de decir la palabrita), no. Decir que no a un niño no es un problema. El problema es cuando lo hacemos de forma tan indiscriminada que al final del día, o de la jornada laboral, tenemos la impresión de no haber hecho otra cosa que estar diciendo que no a todo. Y es que los niños tienen personalidad propia (siento si es la primera noticia que tienes al respecto) y gustos propios que quieren hacer valer. Y lo harán. Lo demostrarán de todas las formas a su alcance.

Como dice una profesora de baile a la que admiro, cuando hablas bajito la mayor parte del tiempo, en cuanto subes el volumen o cambies la intención con la que te diriges al otro (ella se refiere a la comunicación corporal entre bailarines, pero el símil es válido para casi todas las situaciones vitales), se te escuchará con gran claridad. Si, por el contrario, siempre estás hablando alto, llegará un momento en que será imposible diferenciar lo que dices y en que, además, la otra parte ya habrá normalizado de tal modo tu forma de expresarte que ignorará tus indicaciones. 

Hay límites que los niños y niñas tienen que aprender a respetar. Todos debemos hacerlo. Los hay propios de la vida, como el no poder tirarse de cabeza desde el sofá o meter la mano en un ventilador encendido. Los hay sociales, propios del contexto social en el que nos desenvolvemos, como el no acudir desnudos a un cumpleaños o no hacer pis en mitad de una vía pública. Y también los hay propios de cada familia o círculo, como la escuela.

Como decía, hay límites, pero no tantos. De todos estos límites que hemos descrito, solo los primeros son de obligado cumplimiento; el resto, dependen de múltiples factores y pueden ser alterados o modificados

Los que creemos que hay algo más allá de la negación continua nos devanamos los sesos tratando de encontrar negativas que no sean tales. ¿Cuántas formas hay de decir no? Pero de decir no sin decirlo, claro. Pues unas cuantas. ¿Está bien emplearlas? Claro que sí. Cualquier forma de comunicación respetuosa que busque cambiar el paradigma del dominio del «NO» es interesante. 

Sin embargo, no debemos olvidar una forma muy importante de decir que no: decir que no. Sí, no me he equivocado, decir que no es totalmente válido e incluso necesario en determinadas situaciones. Nuestro papel es, más bien, elegir cuando emplearlo y hacerlo con respeto.

Decir «no» es también positivo. Ayuda a los niños a aprender a controlarse, a gestionar la frustración, a elegir, a ejercitar la paciencia, a respetar. Una negación que deberíamos intentar limitar a las situaciones que lo requieren, por ellos, y también por nosotros.