Enseñar aprendiendo

Qué podemos hacer ante una rabieta.

Hace unas semanas hablamos sobre qué es una rabieta y aprendimos más sobre esa frustración del niño ante un deseo que no puede cumplir. Comentamos su vinculación al desarrollo del niño y comprendimos que, cuando un niño sufre una rabieta, la regulación de su comportamiento no le es posible. El niño es incapaz de controlar la rabieta porque su cerebro emocional (concretamente la amígdala) ha tomado el control. Se han desconectado las conexiones con la parte racional del cerebro. 

Y así las cosas, ¿qué podemos hacer ante una rabieta? ¿Acaso no hay nada que podamos hacer cuando estas explosiones tienen lugar? La respuesta, por suerte, es afirmativa. Sí que podemos ayudar a los niños en estas situaciones. La parte menos agradable es que nuestra función comienza por entender precisamente lo que ya hemos dicho, que las rabietas forman parte de su desarrollo. Informándonos sobre las rabietas ya tenemos gran parte del camino ganado. Además, esto ayudará a que nuestras expectativas sean realistas.

Pretendemos en demasiadas ocasiones que los niños tengan un comportamiento más propio de un adulto que de la edad en la que están. Porque nos viene bien, porque estamos cansados, porque no tenemos tiempo, porque hay más niños a los que atender en el aula… Sea por las razones que sea les pedimos demasiado y demasiadas veces

Los niños tienen sus necesidades propias de la etapa vital en la que se encuentran. Estas incluyen mayor necesidad de movimiento, de tiempo de sueño o de apego, entre otras. Por eso, posiblemente una de las primeras preguntas que deberíamos hacernos es ¿tiene sus necesidades cubiertas? Todos estamos más irritables cuando tenemos sueño o hambre, por poner un ejemplo, y los niños no son una excepción. Si en la escuela un niño estalla antes de la hora de comer, probablemente es que tenga hambre. La prevención nos evitará más de una rabieta.

Pero hay veces en las que esto no es posible o, simplemente, el estallido de frustración ha sucedido por otros motivos. La rabieta ya está en marcha. De poco sirven entonces las recriminaciones, las amenazas y mucho menos los gritos. Recordemos que nosotros somos los adultos e intentemos mantener el control de nosotros mismos. 

Preguntémonos qué es lo que le pasa al niño. Puede que le hayan quitado el juguete que tenía en las manos, que quiera chocolate en la cola del supermercado y no se lo hayamos comprado, que se le haya pinchado el globo que llevaba en la mano, que hayamos impedido que se lanzara desde la silla a lo superhéroe o cualquier otra cosa. Sea lo que sea, sus sentimientos  son potentes y reales. 

La situación vista desde nuestra posición puede parecer un evento sin relevancia, pero para el niño, en ese momento, la tiene y mucha. Está sintiendo rabia, o enfado, o tristeza, o todo a la vez. Lo que necesita no es que restemos importancia a lo que siente, sino que lo validemos. Mostrar que estamos ahí, mostrar comprensión, es nuestra labor. 

Está bien ponernos a su altura y abrazarles, darles cariño. Si el niño lo permite (habrá veces en las que no sea así y tendremos que respetarlo) mostrarles amor no tiene nada de malo. No estamos reforzando su conducta, les estamos mostrando que los comprendemos. Estamos conectando emocionalmente (con su cerebro emocional) con ellos.

El lenguaje no verbal llega mejor y más rápidamente a los niños en edades tempranas, por lo que esta forma de actuar muy posiblemente les ayudará a empezar a calmarse. También podemos decirles que comprendemos lo que sienten y ayudarles así a que ellos mismos lo entiendan. Ponerle nombre a las emociones les ayuda a gestionarlas y es una inversión en su capacidad de resiliencia futura. El tono de voz, la postura, todo lo que perciban influirá en ellos. Porque antes de ser capaces de regularse por sí mismos, tienen que hacerlo a través de nosotros.

Olvidémonos de los largos discursos. Hablar está bien, pero un sermón que no va a ser escuchado solo va a provocar que el niño se sienta más frustrado y que nosotros nos sintamos igual. Recordemos que en esa situación el cerebro racional del niño no se encuentra activo y que razonar no está dentro de sus posibilidades. Es mejor dejar las conversaciones largas, dependiendo de la edad del niño, para cuando la rabieta haya pasado.

No son pocas las veces en las que el niño, presa de la rabieta, realiza comportamientos que no son de nuestro agrado. Por poner un ejemplo, puede que haya tirado algo al suelo ensuciándolo todo. A pesar del enfado que empiece a recorrernos a nosotros en esos momentos (sí, también nosotros tenemos una gran facilidad para desconectarnos de nuestra parte racional), deberíamos de ser capaces de separar la emoción del comportamiento. Las emociones son válidas, todas ellas, los comportamientos no. Por eso, puede ser buena idea simplemente retirar las cosas que el niño quiera lanzar al suelo. Ya hablaremos de ello después. Si el comportamiento inadecuado va a más, nos centraremos en impedir que se haga daño a sí mismo o a los demás, siempre desde el respeto y la contención.

Parece mucha información, y puede que lo sea. Además, no hay fórmulas mágicas. Las rabietas sucederán y las situaciones desagradables también, pero cómo nos comportemos nosotros, su referente en la escuela o en casa, en su vida, será lo que marque el desarrollo de los acontecimientos

Los adultos, madres, padres, educadoras o cuidadores, somos humanos y como tales, imperfectos. No conseguiremos hacer absolutamente todo lo que nos propongamos del modo exacto en que querríamos, pero eso no debería impedir que lo intentemos. Informarnos, tomar conciencia de nuestro comportamiento con los niños y regirnos siempre por la regla básica del respeto, ya es mucho.