El inicio de curso y la mascarilla que no podrá separarnos.
Los niños de educación infantil acuden a la escuela los primeros días llenos de inseguridad, algunos, y de miedos, los que más. También los hay que llegan con una gran sonrisa e impacientes por comenzar esa nueva aventura, pero son los menos. Es lo normal. Si te separaran de la persona o personas que más quieres en el mundo, de tu refugio, de tu figura de apego, de tu todo, ¿cómo te sentirías? Pues eso.
Para ponerlo aún más difícil todo eso llega con unas medidas de seguridad creadas para tratar de evitar el contagio y la expansión del Covid- 19. El virus, que parece haber llegado a derruir demasiadas cosas, obliga también a que en los centros escolares se tenga especial cuidado y se adopten protocolos de actuación destinados a salvaguardar la salud de niños y profesionales de la educación.
Que evitemos el contacto físico, dicen. Y hay que entenderlo, es lógico. La seguridad de los niños debe primar. Pero cuando un niño llora desconsolado porque echa de menos a su madre, ¿hay alguien capaz de no abrazarlo, no acunarlo, no consolarlo?
Porque hay un peligro real de que se contagien, pero el apego, el cariño y la gestión de emociones son fundamentales en esta etapa. Quitarles eso también sería tremendamente peligroso. Puede que no viésemos sus resultados de forma tan inmediata como ocurre cuando alguien enferma, pero la retirada del afecto y el contacto físico en educación infantil es tremendamente dañina.
Las educadoras estamos ahí para muchas cosas. Entre otras para cuidar, para acompañar, para educar… Todo eso incluye una parte afectiva fundamental.
Así que si hay que enviar besos a través de la tela, se hace. Si hay que lavarse las manos cientos de veces al día, se hace. Si hay que dejar que los geles higienizantes nos destrocen la piel, se hace. Pero todo eso no podrá separarnos. Inventaremos nuevas formas de dar cariño y transformaremos las demás.
Sonreiremos hasta que nos duelan los labios para que las patas de gallo transmitan nuestra alegría cuando la boca no pueda hacerlo. Nos abrazaremos en la distancia usando nuestros propios cuerpos como transmisores de amor. Repetiremos palabras de cariño y consuelo hasta convertirlas en un mantra. Haremos lo que sea necesario para que los niños puedan sentirse queridos y seguros.
Nosotras vamos después. El riesgo debe correr de nuestra cuenta. Lo sabemos. Ellos son lo primero.
Y es que no nos engañamos. En educación infantil de primer ciclo algunas de las medidas son directamente imposibles de implantar. Incluso quienes piensan que esto del afecto no tiene tanta importancia, tienen que admitir otras situaciones imposibles. Desde la imposibilidad de que niños tan pequeños lleven una mascarilla de forma segura, al cambio de pañales y pasando por dar de comer, la distancia y la seguridad se vuelven inexistente.
Los niños y su seguridad son lo más importante; y cubierta esa parte, la del educador pasa a un segundo plano. Y así lo hacemos. Porque así debe ser.