Enseñar aprendiendo

Educación emocional (II). Las emociones positivas.

En este segundo artículo de la trilogía sobre educación emocional (pincha aquí para leer el primero), he querido centrarme en las emociones positivas. ¿Y qué son las emociones positivas? Pues he de reconocer que la pregunta tiene truco. 

Las emociones, todas ellas, son neutras. Esto quiere decir que no existen emociones más válidas que otras. Todas son necesarias. 

Sin embargo, es cierto que algunas emociones nos hacen sentir bien mientras que otras pueden hacernos sentir muy mal. Por eso comúnmente se ha llamado emociones positivas a aquellas emociones que nos producen una sensación agradable, que nos gustan. Algunas de estas emociones serían la alegría, la esperanza, la gratitud, la diversión, el entusiasmo, el amor o el orgullo, entre otras.

Estas emociones nos ayudan a sentirnos bien, generan sentimientos de bienestar que nos ayudan a mantener y aumentar la autoestima y el bienestar emocional. Su importancia es evidente y, precisamente por lo bien que nos sentimos cuando las experimentamos, todos tendemos hacia ellas. Todos queremos más.

El problema con este tipo de emociones viene cuando las etiquetamos como las únicas válidas, cuando no nos permitimos, no permitimos a los niños, sentir nada diferente a lo que consideramos positivo. Como adultos somos capaces, o al menos más capaces que los niños en la primera infancia, de identificar las diferentes emociones que percibimos, de clasificarlas y de administrarlas. Los niños no saben hacer nada de esto. 

Tener una forma positiva de ver la vida es algo muy saludable, siempre que no lo convirtamos en una obligación; siempre que nos permitamos sentirnos mal y expresar nuestras emociones cuando lo necesitemos. 

Decíamos antes que todos queremos más de esas emociones que nos hacen sentir bien, de las emociones positivas. Y queremos más porque esas emociones tienen un componente adictivo. Cuando no aprendemos a gestionar los sentimientos negativos, en el sentido de aquellos que no nos hacen sentir bien, nos convertimos en adictos a las emociones positivas. Nos convertimos en personas con una resiliencia nula, incapaces de adaptarnos. Nos convertimos en ineptos emocionales.

La neurociencia habla de la importancia de las emociones positivas en los adultos para el bienestar psicológico. Muchos estudios apuntan a la relación entre la predominancia de estas emociones y la salud mental y física. Es lógico. Como hemos dicho estas emociones aumentan nuestra confianza y nuestra autoestima, evitando así estancarnos en estados depresivos o estresantes que pueden llevarnos a enfermar. 

Todos procuramos que los niños crezcan en un ambiente alegre, en un ambiente de bienestar. Nos encanta oírlos reír y disfrutamos cuando ellos lo hacen. Las emociones positivas son las que experimentan cuando se sienten bien. Y es que las emociones positivas son geniales. Pero hay una diferencia entre fomentar este tipo de emociones y evitar, o incluso prohibir, sentir otras. Sentir tristeza o ira en algún momento de nuestra vida es inevitable. Cuando ocurra, lo importante será saber reconocerlo, identificarlo y gestionarlo.

Se trata por tanto de validar las emociones. Se trata de comprender los sentimientos de los niños sin erigirnos jueces de los mismos. 

Un adulto sano emocionalmente no fue un niño que nunca sintió tristeza, sino uno al que ayudaron a identificar lo que sentía, al que acompañaron en su sentimiento, que vio validada su emoción y aprendió a gestionarla.