Enseñar aprendiendo

¿Y si cambiamos el ideal romántico por la felicidad?

Las películas -y series, canciones o directamente conversaciones a mi alrededor- de mi infancia estaban llenas de príncipes salvadores y princesas indefensas, de besos de amor verdadero que lo curaban todo e, incluso, de escenas que vistas hoy en día se muestran como clara expresión de violencia de género. ¿Por qué la vida de las mujeres que han pasado los treinta está plagada de este tipo de referentes tóxicos?

Nuestras madres, mujeres que han sufrido en muchos casos una desigualdad tremenda y denigrante en el matrimonio y la pareja, no nos educaron con la intención de que fuésemos sumisas señoritas o, al menos, no lo hicieron de forma consciente. Dudo mucho que siendo preguntadas ninguna de ellas dé una respuesta afirmativa a si su intención era que su hija tuviera claro que su papel en la pareja era el de esperar y aceptar lo que le deparara el destino. Me niego a creer que su objetivo fuese educarnos para asentir con una sonrisa de oreja a oreja cuando nuestro caballero andante apareciese por fin y nos dijese, sin dejar mucha opción a la negativa, que quería pasar el resto de su vida con nosotras. Pero el caso es que lo hicieron. 

En la mayoría de los casos, a pesar del elemento de no voluntariedad, ese ideal romántico que atribuye a ambos géneros roles muy distintos y nada flexibles, se ha ido repitiendo, calando de generación en generación. Y si hablamos del papel de la mujer en el sexo -¡tabú! ¡tabú! ¡niñas, no habléis de esas cosas!- la cosa se dispara. Aquí sí que la tradición nos relega a poco más que meros instrumentos de placer para el sexo opuesto o de procreación. 

Pero, ¿y si las cosas no tienen por qué ser así? ¿y si las mujeres podemos tener un papel activo, protagonista y decidido en la relación de pareja? Y quien dice en la relación de pareja dice en elegir si se quiere tener o no o en cualquier otra cosa, que ya va siendo hora de eliminar esa imagen de mujer en la que solo puede sentirse realizada si se casa y tiene hijos.

Los años han pasado y, por suerte o, mejor dicho, por lucha, las mujeres hemos aprendido que somos las protagonistas de nuestras vidas. Nosotras somos las que decidimos lo bueno, y también lo malo, que nos ocurre. Somos las que tenemos el control. 

Los hombres tampoco lo tienen fácil en todo esto de los roles y estereotipos de género. A muchos les han enseñado que para ser un verdadero hombre hay que comportarse de determinada manera. Al igual que las mujeres, han crecido bajo el estigma y la presión de comportarse “como toca”, solo que en su caso requería de otras aptitudes. Porque un verdadero hombre no llora, ni pide perdón, ni deja que una mujer tome la iniciativa. Un hombre de verdad es rudo hasta lo irrespetuoso, y demuestra quién lleva los pantalones, sea eso lo que sea. Cuando ellos quieren escapar de ahí, y muchos de ellos lo desean, se encuentran en numerosas ocasiones con estigmas sociales que no les permiten ser libres para ser quienes quieran ser.

Si esto es así, lo que toca ahora es ser conscientes de la realidad. Dar a la educación incidental el valor que merece, ajustar referentes, priorizar valores, enseñar -y exigir- respeto. ¿Es la etapa infantil un momento adecuado para esto? ¿No es demasiado pronto para hablar de pareja o sexo? Nunca es demasiado pronto para hablar de autoestima, autoconocimiento y respeto. La infancia se nos presenta muy al contrario como una etapa crucial en la que las niñas y niños interiorizarán mucho de lo que les acompañará toda su vida. 

Cuando los referentes que te rodean están cortados por un mismo y marcado patrón no es fácil divergir de lo que todo parece decirte. Los padres y las escuelas infantiles nos presentamos como los primeros agentes educadores de los niños, lo que nos coloca en una posición a la misma vez privilegiada y peligrosa. No se trata tanto de hacer disertaciones sobre temas que a los niños les quedan grandes sino de aprovechar situaciones cotidianas para crear una imagen global.

Es esencial enseñar a las niñas y niños a valorarse a sí mismos por quienes son y no por lo que lo demás esperan de ellos. Las expectativas pueden ser muy peligrosas y tener el ejemplo y los referentes adecuados fundamental.

Cuando alguien os pregunte ¿qué quieres que tu hija -o hijo- sea de mayor? o tu nieto, o sobrino, ten clara la respuesta. Yo, como educadora, la tengo. Quiero que los niños que pasan por mi clases sean felices y se sientan queridos. Quiero que sean capaces de apreciar lo bueno de la vida y de aceptar y gestionar lo que no lo sea tanto. Quiero que esos niños crezcan llenos de autoestima y respeto por sí mismos y por los demás. Quiero que sean lo que ellos quieran ser.