Enseñar aprendiendo

La suerte de haber crecido libre.

Hace un par de semanas inauguraron un parque cerca de mi casa. Han convertido un espacio hasta ahora inservible en una zona verde llena de fuentes, columpios, bancos y césped. Por supuesto semejante terreno está haciendo las delicias de todos los niños que, sin cesar desde su inauguración, lo llenan de carreras y juegos. El domingo por la mañana, paseando por los diferentes caminos que lo cubren, no podía dejar de mirar las sonrisas satisfechas de los más pequeños. Y es que es un lujo poder disponer de un espacio así en el que correr y jugar de forma más o menos libre. Un área grande en la que no tener que preocuparse del tráfico. Es un lujo, y ese es el problema.

De pequeña ni yo ni mis padres tuvimos que preocuparnos porque dispusiera de tiempo y lugares en los que campar a mis anchas. Extensiones enormes de terreno se disputaban cada día el derecho a ser el mejor lugar para que nosotros, pequeños exploradores, hiciéramos de ellos el escenario de nuestras travesuras. 

 Por aquel entonces nos era muy fácil encontrar zonas con descampados, arena y piedras en las que salir a jugar sin que nadie tuviera que vigilarte. Porque el juego, para que lo sea, debe ser libre. Las actividades dirigidas pueden ser muy enriquecedoras y favorables para el desarrollo de ciertas áreas y está bien que formen parte de la vida de los niños, pero nunca deben convertirse en sustitutas del juego libre

Mediante el juego libre los niños exploran el mundo que les rodea y se detienen a mirarlo con sus ojos, a descubrirlo con su propio escrutinio. Y esto, que así dicho puede parecer una obviedad, no deja de ser una asignatura pendiente en el desarrollo de muchos niños. No hay que pensar mucho para darse cuenta de que cualquier actividad dirigida por un adulto está impartida con un objetivo y encaminada a una dirección concreta, lo que impide en gran medida que los niños se detengan libremente en aquello que les interesa o llama la atención. Pero es que es necesario que lo hagan. Esa pequeña flor que tú ni habías visto es para él un nuevo universo de texturas, colores, olores e incluso sabores; ese reflejo o sombra del charco que tú has esquivado y él ha corrido a pisar implica aprender cómo se comporta la luz sobre los objetos o cómo reacciona el agua al contacto con la piel.

Hoy en día es impensable que un niño pueda salir a jugar a la calle sin que sus padres o el cuidador del momento lo sigan y vigilen. Y es normal, la actualidad nos enseña lo peligroso de hacer lo contrario. Para desgracia del niño, y también del adulto que no sabe ya dónde encontrar tiempo y energía para tanto, todo lo que hacen deben hacerlo en compañía y bajo monitorización constante.

Cuánto se pierden los niños que nacen y crecen en las ciudades. O dicho de otra forma, cuánta suerte tienen los niños que crecen entre extensiones de terreno, manchas de barro y carreras al aire libre. Porque sí, una ciudad tiene muchos atractivos y depende cuáles sean tus inquietudes es posible que un pueblo pequeño no pueda satisfacer todos tus intereses. Yo misma me reconozco bastante urbanita a estas alturas a pesar de disfrutar de la naturaleza. Pero de pequeño, cuando todo está por descubrir y la imaginación rodea tu vida, poder ser libre para experimentar es una suerte incomparable