¿Con papá o con mamá? Un acercamiento a la mediación familiar.
Divorcios, separaciones, disoluciones de regímenes económicos matrimoniales, adopción de medidas paterno-filiales… Las formas que toman las medidas jurídicas a adoptar cuando la ruptura de una pareja tiene lugar son diversas. Lo que siempre acontece, en cualquiera de los casos, es el desgaste emocional derivado de pasar por un proceso ya agotador de por si, en el que se desmenuzan los pormenores de tu vida sentimental traduciéndolos en términos de cifras de toda clase. Por todo ello vamos a realizar hoy una pequeña introducción a la mediación familiar.
¿Qué es eso de la mediación familiar? La mediación es un método de gestión pacífica de conflictos basado en la colaboración de las partes. Así, en el ámbito familiar al que nos referimos, sería un proceso mediante el cual, al igual que en un procedimiento judicial, se van a debatir los términos de la separación, o divorcio, o cualesquiera situaciones que hayan dado lugar a la necesidad de la mediación. Sin embargo, hay muchas diferencias que hacen de la mediación un proceso muy ventajoso.
En primer lugar, las partes son aquí las protagonistas y por tanto ellas deciden. Ningún tercero va a imponer una solución cuando se está siguiendo una mediación, sino que predomina la comunicación y el respeto. Con ello se evitan muchos problemas que tienen lugar tras las sentencias judiciales, donde una de las partes se siente habitualmente la perdedora del proceso. Nada mejor para respetar un acuerdo que haberlo decidido tú mismo.
La mediación es además un proceso más rápido y económico. Al ser las partes quienes, junto al mediador, tienen la gestión del proceso, no hay señalamientos ni plazos para recursos o vistas. Por norma general, se suelen realizar sesiones semanales y a medida que se avanza se llega a acuerdos parciales. El mediador es un profesional titulado cuyo papel principal es el de facilitar la comunicación entre las partes y con ello la toma de decisiones basadas en acuerdos. A través de diferentes técnicas, trabajando la empatía y la escucha activa ayuda a que la mediación se desarrolle.
Finalmente la mediación es completamente voluntaria. Este es el pilar fundamental de la misma. Es voluntario iniciarla, así como continuarla y finalizarla. Y todo el proceso está protegido por la confidencialidad, tanto del mediador como de las partes, que no pueden revelar ni aprovecharse de lo tratado en ninguna de las sesiones. Sólo así se consigue que exista confianza en el proceso y que tenga éxito.
En los años que he trabajado como mediadora he aprendido que incluso los conflictos más arduos tienen la posibilidad de solucionarse de forma pacífica. Cuando los niños forman parte del conflicto, porque están en medio del mismo, hay que plantearse muy seriamente si lo que nos importa es llevar la razón, hacer daño al otro o llegar a un acuerdo y solucionar el conflicto de la forma menos costosa posible. Incluso cuando no se llega a acuerdos totales la mediación ayuda a suavizar el conflicto y prepara a las partes a gestionar sus problemas de forma comunicativa, devolviéndoles el control sobre todo lo que se decida en sus vidas.
Porque seamos sinceros; ser adulto no nos da, desgraciadamente, la sabiduría infinita de la que nuestros padres parecían estar imbuidos cuando éramos niños. No somos más que personas que han llegado a cierta edad y que sin saber muy bien cómo nos encontramos con que tenemos que comportarnos como si supiéramos qué hacer cuando, en muchas ocasiones, nos sentimos como si no supiéramos nada. Cuando algo tremendamente duro y doloroso, como sin duda lo es siempre una ruptura familiar, sucede, sentirnos perdidos y enfadados es lo normal. Pero no podemos olvidar que los niños son plenamente inocentes y ajenos al problema y que, después de todo, somos nosotros quienes hemos decidido que vengan a este mundo. Actuar teniendo como referente su bienestar debería ser siempre el modo de actuar.