Niños y restaurantes ¿sí o no?
Salir a comer con niños pequeños fuera de casa es siempre un asunto complicado para los padres y un tema de debate social habitual en los últimos tiempos. Las voces más críticas abogan porque los niños se queden en los locales que están destinados para ellos y así evitar las molestias que provocan cuando entran en establecimientos de otras categorías.
Es cierto que hay restaurantes con un ambiente familiar a los que se puede acudir sin el miedo a tener que salir corriendo a media comida o con el plato casi sin empezar cuando el pequeño monte una escenita. Pero también es cierto que esos lugares suelen tener un perfil más al estilo de comida rápida y no siempre es eso lo que apetece cenar en la única noche de la semana que tienes para disfrutar de una cena con tu pareja.
Quien pueda, y quiera, tiene la opción de dejar a los niños con la abuela, el tío o la cuidadora de confianza y disfrutar de unos momentos de pareja más íntimos. Sin embargo, también hay parejas que deben, o prefieren, llevar al pequeño a la cena con ellos. ¿Qué hacemos nosotros, pobres comensales inocentes, que estábamos en el restaurante antes de que esa familia viniera a perturbar nuestra paz con tanto ruido proveniente de esos pequeños seres inquietos que gritan y lloran?
Pues lo primero, dejar de pensar en nosotros mismos y mostrar un poco de empatía y comprensión. Entender que el niño (estamos hablando de niños de muy corta edad) no está montando ninguna escenita sino mostrando un estado de incomodidad o desagrado que no sabe expresar de otro modo. Comprender también que el objetivo de esos padres no era el de salir el sábado noche a estropearte a ti la cena sino que, al igual que tú, pretendían disfrutar de una agradable velada.
A partir de ahí la cosa cambia, ¿por qué? Pues porque los padres dejarán de sentirse observados y juzgados, de oír comentarios sobre lo mal que están educando a su hijo y podrán centrarse en calmarlo y conseguir así que todo vuelva a un estado más agradable para todos.
El momento tampoco es fácil para los dueños del local en cuestión que se mueven entre la necesidad de atender a quienes llaman la atención ante tan escandaloso comportamiento y unos padres que, en general, ya tratan de calmar a su hijo y comer con tranquilidad.
No quiere decir esto que no sea comprensible que un ruido elevado pueda molestar a quien desea una cena tranquila, claro que sí. Pero no sólo el que provoque un niño sino el proveniente de cualquier persona o situación, porque después de todo un niño de meses o un par de años no sólo no tiene intención ninguna de molestarnos sino que ni siquiera tiene la consciencia de estar haciéndolo. Él está, simplemente, expresando sus sentimientos los cuales, en ese momento, son de tristeza, hambre o frustración.
También es cierto que si sabemos que el niño se pone nervioso en los restaurantes, y acaba llorando a moco tendido no es lo más recomendable llevarlo, ya no sólo por los demás comensales sino también por el propio niño. Puede ser que el horario no concuerde con el suyo de descanso, puede ser que una situación social de ajetreo y en la que intervienen muchas personas lo altere, y así muchas otras cosas. Hay, por tanto, muchas posibilidades y diferentes opciones a adoptar para que todos los que compartimos un espacio estemos lo más cómodos posibles, sea en restaurantes o en otros lugares donde nos toca coexistir. Lo más importante quizá sea que, en cualquier situación, el comportamiento de partida comience siempre por la comprensión antes de pasar a la queja.